sábado, 15 de noviembre de 2008

Omán, ejemplo de desarrollo económico y respeto a las tradiciones


Estoy en Omán, en un hotel de cinco estrellas que apesta a turista y expatriado, especialmente británicos y alemanes y, sorprendentemente, franceses. Muchos viven aquí o en Emiratos, y pasan los fines de semana en familia en el hotel. Otros tantos visitan el golfo y creen que por aterrizar en el aeropuerto y coger un taxi al hotel en el que se van a encerrar durante unos días, con una salida casi obligada al palacio y el zoco, ya han visitado el país y saben algo de su cultura. Me ahogo viéndoles en el brunch del hotel y decido que tengo que salir cuanto antes.

En receptción me ayudan a organizr un viajecito para visitar cuanto más mejor, y que me permita hablar con gente. Es dificil porque es viernes, día dedicado a la oración o la familia, pero es hoy cuando estoy aquí y no mañana ni ayer. Un día da para poco pero Mascate es una ciudad muy pequeña, insisten.





Una vez en el coche le pregunto al taxista como se llama el gorrito típico que llevan los hombres y me contesta cap, gorra o sombrero en inglés. Gracias... Pero me refiero al nombre en árabe. Dice algo que entiendo se escribe kim'a, con una i y una m largas. Ahora se que es kimah. Le confieso que me gusta más que el pañuelo que llevan los emiratís en la cabeza, porque ese me parece demasiado ostentoso. Se gira y sonríe pero no dice nada, y sé que muchos omanís sienten respeto y admiracion por sus vecinos, que han sabido pasar de ser poco más que dunas y palmeras, a urbes del s XXI de las que todos hemos oído hablar y que reciben millones de turistas al añ. Otros omanís están orgullosos de su país, porque ha sabido crecer y desarrollarse a un ritmo tan impresionante como el de sus vecinos, pero no han perdido ni su identidad ni su cultura.




El taxi me lleva hasta el palacio del sultán e intenta convencerme de que le contrate para todo el día, y no me cobra la espera. Quiero caminar, le digo, y me mira con la misma cara de asombro y de incredulidad que los del hotel. No es porque sea una mujer sola, sino porque aunque es Noviembre hace 35C grados y la humedad es intensa. Me recuerda que el palacio está a unos 5 kilómetros del centro de la ciudad y que entre medias no hay mucho que ver ni que hacer, más que caminar por la carretera que bordea el mar. Lo sé y no me importa, al contrario, me apetece.





Es cierto que las calles cercanas al palacio estan vacías, pero no creo que se deba a que es viernes, sino a que tampoco hay mucho que hacer o que ver aquí si no se es turista. Me impresiona el contraste de colores, el azul intenso del cielo, el gris plateado de las montañas que todo lo rodean, el blanco puro de los edificios. Además, hay flores, plantas, cesped, por todos lados, al menos alrededor del palacio. Me sorprende ver pájaros de todos los tamaños y colores, y aún más su canto. No recuerdo haber oído un sólo pájaro piando en los 10 meses que he pasado en Emiratos.



Veo varias mezquitas, me apasionan, de siempre. Tan blancas, y casi siempre con la parte de superior del minarete y las cúpulas azules o verdes. Están tranquilas porque no es hora de ir a rezar.




Según me voy alejando del palacio las calles se van estrechando, ahora son de polvo y todo parece grisáceo u ocre, colores tan típicos del desierto. Las casas son modestas, de una o dos plantas, con ventanas pequeñas. muchas tienen una antena parabólica en el tejado, que es plano porque aquí rara vez llueve.




Hay poca gente por las calles, casi todos son hombres o niños. Uno de éstos lleva tres minutos agachado, asomando la cabeza debajo de un coche. Cuando me acerco veo que está intentando coger un gato que ahí se esconde y cuando él me oye, se gira y decide abandonar su incomoda postura y venir hacia mí. Se sacude el polvo que queda en sus rodillas, y en ese instante el gato sale disparado de debajo del coche. Senñlo con el dedo y le aviso, pero él no me entiende y se limita a repetir, the cat, the cat, hasta que llega a mi altura y me pide un rial -2 euros-. Yo le ofrezco un caramelo y de primeras parece contrariado, pero se lo piensa y decide cogerlo. Cuando lo hace se sonroja un poco y pone cara de duro, como si no le gustase parecer lo que realmente es, un niño.




Aparecen otros chavales a la vez que un coche pasa a nuestro lado, despacio, con las ventanillas abiertas, asientos tapizados con colores dorados y música árabe. Aún sin quererlo ha levantado una polvareda que hace que el niño tosa y yo cierre los ojos.

Al final de la calle una señora da voces y los niños salen corriendo. Doy media vuelta cuando me parece entender que está hablando en inglés, dice do you want tea? No puede estar hablándome a mi.... O sí? Me giro con más curiosidad que otra cosa, y ella está ya casi a mi altura. Me habla a mí, me pregunta a mí, me invita a mí. Sé que sería de mala educación rechazar su oferta, pero tampoco sé si debo. Ella me tiende su mano, teñida de henna, y yo la agarro. Me guía hasta su casa, la del fondo del callejón. Es humilde, pequeña, con muchas alfombras, una foto del sultán enmarcada preside el salón. Huele a incienso, o eso me parece, pero este olor sólo pretende cubrir otro, el de‎ pescado. Adivino que su marido es pescador también porque hay varias redes secando en la entrada.

Al cabo de unos instantes vierte agua hiviendo en dos vasos pequeños de cristal, y me explica que el té caliente aliviará el calor de mi cuerpo y me permitirá seguir mi paseo más a gusto. Después empieza a hablar y a reír y sólo entiendo partes de lo que dice. Adivino que se queja porque los hombres se pasan el viernes en la mezquita o en el bar, también bebiendo té, mientras ella pone orden en la casa. Ella es maestra. Pese a que tiene el cabello cubierto, su cara queda destapada, pero no sé calcular su edad. Sus ojos están fuertemente perfilados y son de un marrón intenso, pero no van con el resto de ella, tan humilde. Su abaya es sencilla, y está impecable, algo que siempre me llama la atención en estos países en los que hay mucho polvo, y el bajo de la abaya inevitablemente se arrastra por el suelo.

Cuando vuelvo a salir a la calle hace mucho calor, pero es cierto que me siento más a gusto. Ella me despide desde la puerta. He intentado darle algo de dinero, para los niños le he dicho, pero ella se ha negado y me ha dicho que le devolveré la invitación cuando visite España. Las dos sabemos que eso nunca ocurrirá, pero no he dicho nada.




De camino hacia el mar he parado a hacer unas fotos desde lo alto de la muralla, que parece no llevar ahí mucho tiempo, como si la hubiesen plantado para los turistas. Oigo un ruido y cuando me giro veo un soldado, uniformado y armado. No sé si estoy en un lugar prohibido, y se lo pregunto. Con una sonrisa dice it’s ok y me pregunta de donde soy. Parece que en Omán a todos les gusta España, y creo que lo único que conocen es Madrid y Barcelona, por el fútbol claro! Él me dice que prefiere al Barcelona, y se siente avergonzado cuando le digo que soy de y del Madrid. Pero a mí no me importa, me basta con que sepan donde está mi país. Sé que en España mucha gente no tiene ni idea de donde está Omán, y no sabrían decir cuál es la capital.





Ya de psaeo por la corniche, en dirección al “centro de la ciudad”, cada taxi que pasa pita, creerán que me he perdido... el mar huele muy fuerte. Es azul oscuro y está algo sucio en esta zona en la que no hay bañistas. A lo lejos veo barcos de carga enormes, y otro de crucero de esos de lujo.




Me cruzo con varias personas, alguna que otra pareja de omanís, y todos, absolutamente todos, me saludan. Siento sudor corriendo por mi espalda tras más de media hora caminando con el sol en la nuca. Parece que todo se va a animando, cada vez veo más gente, pero siguen siendo mayoritariamente hombres y niños. Muchos de ellos están pescando, pero no son pescadores, simplemente disfrutan de su día libre. Los barcos de carga están ahora mucho más cerca y son aún mayores de lo que había imaginado de lejos.




Un grupo de hombres paquistanís ríe escandalosamente mientras se hacen fotos. Cuando llego a su altura me enseñan un erizo de mar enorme, negro, que mueve sus púas con evidente hastío, si es que un animal puede sentir algo semejante. El zoco está justo enfrente, pero está cerrado hoy por ser viernes. No obstante hay un grupo de hombres jóvenes sentados en las escaleras, riendo y fumando. Todos parecen alegres, será porque es su día libre, o por el buen tiempo, o tal vez por vivir tan cerca del mar, que parece que todo lo calma.




Cuando por fin llego de vuelta a mi hotel decido ir a la playa. El sol empieza ya a ponerse. Atravieso los jardines y piscinas, que están llenos a rebosar de aquellos expatriados y turistas. Sus voces y risas son chillonas, tal vez por el alcohol que han ingerido durante horas al sol. Muchos niños corretean y juegan felices. Al llegar a la playa me quedo completamente desconcertada y fascinada con lo que veo. La marea está baja y cientos –cientos- de niños, adolescentes y adultos juegan al fútbol. Miro a la izquiera, y después a la derecha, y todo lo que veo son esos cientos de hombres corriendo de un lado a otro. Son distintos grupos, muchos partidos al mismo tiempo.





Todos parecen tan felices, todos comparten una cosa, su amor por este deporte. Parecen ser de varias nacionalidades, pero todos árabes. No hay europeos, al menos yo no veo ninguno, y son todo hombres execpto por una mujer, que está sentada en un murito junto al que intuyo es su marido. Él me mira constantemente, no le gusta que tenga una cámara en las manos, y terminan por irse. Soy la única mujer, rodeada por cientos de hombres que en ningún momento se dan cuenta de mi presencia. Llevan camisetas y uniformes del Barcelona, Madrid, Manchester, Arsenal, Brasil.... y así se va poniendo el sol, mientras ellos siguen a lo suyo, dándole a la pelota, disfrutando de lo que queda de luz.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Una amiga mía volvió de Omán hace unas semanas, y tengo que decir que he aprendido más de ese pais en los cinco o seis minutos que te he estado leyendo, que en una tarde entera de fotos con ella.
Qué (sana) envidia da cuando ves a alguien hacer una de tus cosas preferidas y disfrutarlo igual que tú.
La anécdota del niño y el caramelo me ha parecido fantástica. Y quién sabe, igual te encuentras de nuevo con la mujer del té lejos de donde estáis ahora.

Anónimo dijo...

Muy guapo este post, y las fotos aniaden mucho. Me ocurrio pensar en la mujer del te como si fuera un arquetipo de esas almas generosas que hay en el mundo, y entonces no hay duda de que la vuelves a encontrar en tus viajes... y puede que seas ella de un momento a otro.
Me esta gustando mucho tu blog, gracias por dejarnos disfrutar de tus experiencias.

-- un beso desde las montanias frias

Anónimo dijo...

Cuanto más viajas mejor lo relatas! Una delicia, la verdad.

Besitos. Tutwin

la elfa dijo...

Ruido perro, para mi no hay nada mejor que viajar y observar, mojarse y relacionarse, aprender y respetar... ojala pueda seguir haciendolo mucho tiempo...

Chris, i love you! creo que eres mi mejor seguidor, bueno, quitando a la familia jaja. Cuando nos vemos? y... donde?

mitwin, que te voy a decir si se que tu escribes mejor que yo... que empieces un blog ya!!! y nos cuentas sobre Argentina, que tienes historias para una novela....