jueves, 23 de septiembre de 2010

No hay mal que por bien no venga

Sigue haciendo mucho calor, rozamos los 40 grados a diario y estamos a finales de septiembre. Para hacerlo aún mas difícil he vuelto de vacaciones con un catarrazo que se ha complicado, así que nada de aire acondicionado. Y la guinda es la tormenta de arena con la que me he encontrado esta mañana, ya no puedo ni abrir las ventanas.

Las vacaciones han sido cortas pero intensas, moviditas, y de lo más emocionantes. Una vez más he pasado por varios aeropuertos con experiencias negativas para variar. La azafata más desagradable con la que me he cruzado en mi vida (y me he cruzado con muchas) me amenazó en la puerta del avión con no dejarme volar si no facturaba mi bolsa de mano inmediatamente, es decir, no me daba ni la opción de sacar cosas de ella, véase joyas, el ipod o un libro. Decidí volar pero juro no volver a hacerlo con British Airways.

Segunda escala del día, Londres, pito en el detector de metales. La agente de seguridad usa el detector de metales manual y ya no pito, no importa, aún así me cachea, y digo cachea por no decir manosea porque fue tal su rigor al palpar mi cuerpo que le dije que aquello parecía un masaje. No encuentra nada, claro, porque no hay nada que encontrar. Aún así decide que merezco un escáner corporal, no me extraña, tengo una pinta de criminal innegable. Le pregunto si la Unión Europea ya los ha hecho oficiales, y recibo la segunda amenaza del día: no son obligatorios así que puedo elegir entre el escáner o no volar. Empiezo a preguntarme si todo esto no será una señal divina para que no suba al avión, pero finalmente decido, evidentemente, volar.

El escáner me lo hace un tío con una pinta de salido adolescente que me asusta, pregunto si no puede ser una mujer, pero me ignoran por completo. Una vez terminado el escáner, donde por cierto no encuentran nada, pregunto si puedo ver cómo se ve el cuerpo en el escáner, me ignoran de nuevo.

En el vuelo, el tercero del viaje, las turbulencias son tales que por primera vez en vida en pleno vuelo siento miedo real a que el avión se caiga. Normalmente esto sólo lo pienso en el despegue y aterrizaje. En serio, ¿debí haber elegido no volar? Me tomo una pastilla para dormir que afortunadamente me deja KO unas horas.

La cola en inmigración es más larga de lo habitual en Filadelfia y las maletas tardan una vida entera en salir, y yo sigo preguntándome si mi ex-bolsa de mano llegará. Llega, tarde, pero llega.

Fuera me espera Mr. A con el ramo de girasoles más bonito que he visto en mi vida. Está más guapo que nunca. Un poco después me da la sorpresa más grande de mi vida, y entonces todo lo anterior desaparece de mi mente, como si nunca hubiese sucedido. Es más, tal vez todo lo anterior tenía que suceder para así merecer semejante felicidad al final de semejante día.

No puedo quejarme, la vida me sonríe incluso en los días más ariscos. 

 

5 comentarios:

Frito, Huevo Frito dijo...

Ooohhh qué bonita forma de contarlo sin decirlo... :-D

la elfa dijo...

jijiji ;) love you Frito!

Carlos Hernández dijo...

La sorpresa hubiese merecido la pena aunque hubieses tenido los vuelos más maravillosos de tu vida...o no??

Por otro lado, cada vez nos enfrentamos a más vejaciones y más indefensión en los aeropuertos, es lo que hay...mientras les/nos seguirán colando las bombas por donde quieran....

Frito, Huevo Frito dijo...

Pues sí Carlos, lo peor es que sufrimos ese acoso tan insoportable pero al fin y al cabo esa "seguridad" no sirve para nada...

Carlos Hernández dijo...

La última... Ayer vuelvo desde Santo Domingo, antes de pasar el escaner apuro una botella de agua que llevo en la mochila y la tiro. Paso el escaner con el portatil dentro de la mochila (de forma consciente, pues normalmente sólo me hacen enseñarlo en España). Al pasar....bingo!!
"¿De quien está mochila?" Pregunta una dominicana zumbona. Me apartan. "¿Lleva usted una botella de agua, señor?" Dado mi despiste habitual le digo que creo que la he tirado, pero que igual se me ha ido la pinza. Coge la mochila, yo la abro y empiezo a vaciarla, me la quita de la mano, "yo la vacío y usted me vigila" -me dice- (ignoro si es este el protocolo, pero acepto pulpo) entonces, ante mi sorpresa, saca los libros que llevaba (varios de literatura dominicana), los hojea minuciosamente uno a uno (supongo que buscando la botella de agua) y al comprobar que allí no está el agua, me dice "Muchas gracias Señor, puede seguir"....

¿Estamos o no estamos locos?