domingo, 5 de diciembre de 2010

Viaje a Petra

Mona y yo nos disponíamos a pasar un fin de semana tranquilo y barato en Petra, pero algo salió mal. Tal vez no debimos viajar un 2/12/2010, todo par. Esperábamos hacer el viaje en dos partes: primero un autobús (VIP eso sí) a Ammán, calculando 3 horas para llegar. Fueron 5h30. Salimos con retraso, a la media hora de viaje hacemos un descanso de otra media hora, en la frontera el agente más corrupto, ineficiente y desagradable de Siria me confisca el pasaporte alegando primero que mi visado ha caducado. Claramente el visado dice en árabe que es válido hasta el 13 de diciembre, quedan 11 días. Cuando ve que esa no cuela alega que he alargado la estancia máxima sin renovar visado -son 45 días cuando aterrizas en Damasco, 30 cuando entras por carretera, yo llegué por última vez hace 10-. Ignora mi última salida, el visado de Egipto que prueba claramente que he estado allí 10 días, y el de entrada de nuevo en Damasco. Cuando uno de sus compañeros le indica su error se cabrea y viéndose entre la espada y la pared decide que mi residencia es tal vez falsa. ¿Falsa? ¿Cómo y por qué falsificaría la residencia que me ha firmado el Ministro de turno? No importa. No puedo salir del país, de hecho tampoco puedo dar marcha atrás y volver a Damasco, me ha confiscado el pasaporte mientras hace como que comprueba algo en un ordenador que probablemente ni ha encendido. Me cuesta mucho entender lo que está pasando, nadie me habla en inglés aunque claramente me entienden. Mona se enciende, su tez pálida está ahora al rojo vivo. Parece que se gritan, discuten enfurecidamente durante minutos que se hacen eternos, llevamos casi una hora y me han traducido 4 o 5 frases. Esto es habitual, conversaciones que se alargan y después se traducen en tres palabras. Empiezo a pasar del cabreo al miedo, ¿y si este cabrón no me devuelve el pasaporte? Empiezo a revisar mentalmente la lista de gente que puede ayudarme. Está Karam en el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Ministro de Turismo y sus ayudantes, la embajada de España, nuestro socio local de gran prestigio en el país. Pero de poco me sirve todo esto cuando el conductor del autobús empieza a perder la paciencia. Soy la única extranjera y estoy retrasando a los demás pasajeros. Tengo miedo ahora de que me aíslen en una sala para interrogarme. Me digo a mi misma que si eso pasase empiezo a hacer llamadas de inmediato, alguien tiene que poder ayudarme. Entonces el conductor pierde la paciencia por completo y nos pide a Mona y a mi que volvamos al autobús de inmediato. Me niego, no sin mi pasaporte. Tengo dos, pero el visado de entrada está en este con lo cual no podré salir del país para volver a España dentro de una semana sin él. Insiste, al autobús de inmediato. Y entonces no sé cómo pero a penas 3 minutos más tarde el conductor se sube en el autobús con mi pasaporte en mano, le debo 500 libras sirias, menos de 10 euros. Es lo que ha costado sobornar al agente patético y corrupto. Le hemos sobornado para que hiciese su trabajo. Ahora sí que me apetece hacer algunas llamadas para ponerle de patitas en la calle, pero no nos engañemos, no lo conseguiría aunque llamase al mismísimo Presidente. Con estas cosas se hace la vista gorda y punto. Entrar en Jordania es mucho más sencillo, como debe de ser. Me hablan en inglés (tampoco pido tanto, a fin de cuentas es mi tercer idioma) y sólo pago por el visado, como todo no árabe paga. Cuando por fin llegamos a Ammán son las 22h y nos espera la sorpresa más desagradable del viaje. No hay autobuses a Petra. Ni ahora ni nunca, no existe semejante servicio. Se puede compartir un taxi o un monovolumen, pero no a estas horas. Tenemos ahora dos opciones, dormir en Ammán y seguir el viaje mañana, con la pérdida de tiempo y de dinero que esto conlleva, o coger un taxi a Petra, por un precio diez veces más alto que el que esperábamos pagar. Además es de noche desde hace horas, no hemos estado en este país nunca antes, el viaje son otras tres horas atravesando más de medio país por carreteras desangeladas. ¿Podemos fiarnos? Vuelve el miedo, esta vez con más razón. Los chicos que nos recomiendan al taxista insisten en que es de confianza, le conocen bien. Nosotras no conocemos a los chicos. No sabemos qué hacer. Llamamos al hotel en Petra y sugieren que vayamos con un taxi que conoce el de recepción, pero estamos en las mismas, ¿nos fiamos? Dos extranjeras (porque aunque Mona es siria parece irlandesa, con su tez blanca, sus pecas, sus ojazos turquesa) en mitad de la noche con un desconocido en un coche..... todo indica a que es una locura y un riesgo innecesario. Decidimos pasar la noche en Ammán pero tenemos que encontrar un hotel en la zona, sólo hay uno, cuesta una pasta, más lo que vamos a perder del hotel de cinco estrellas ya pagado en Petra. Se me ocurre que tengo una amiga en la oficina comercial de Damasco que está pasando el fin de semana con su homóloga de Ammán en Siria, las llamo, me recomiendan a otro conductor y de este sí me fío, trabaja para la embajada. Pero cuando a Murphy le da por fastidiar todo se pone feo. El conductor tiene el móvil apagado y yo me he quedado sin saldo haciendo una llamada internacional en roaming. Decidimos volver a hablar con los chicos que nos ofrecían el primer taxi. Nos aseguran que no hay problema, nos dan sus números de móvil y nos prometen que nos llamarán cada 30 minutos. Nos dan el número de la policía y el de emergencias. Pero aún así seguimos sin saber qué hacer, y el tiempo pasa y es cada vez más tarde. Decidimos que estamos siendo demasiado cuidadosas y aceptamos llamar al taxista. Se presenta poco después un señor mayor, con cara de buena persona. Los chicos le explican que estamos cagaditas de miedo y se le pone un poco cara de tristeza, esa que se nos pone a todos cuando no merecemos ser juzgados sin que se nos conozca, después mete las maletas en el maletero y nos ponemos en marchar hacia Petra. La primera media hora confieso que recé a tantos santos como pude recordar. Pensaba sin cesar en aquello de parecía buena persona, ayudaba a las ancianas a bajar la basura y a cruzar la calle, ¿de verdad es un asesino?. Mona me dice que espera que en el futuro no recordemos esto pensando en aquella locura destinada a salir mal yo río y le digo que lo recordaremos como aquella vez que fuimos unas paranoicas y no pasó nada, pero la verdad es que no me lo creo ni yo. En el duty free hemos comprado una botella de vino y le cuento a Mona, en español, que cuando tengo miedo en Madrid y estoy sola en casa siempre duermo con una botella de vino al lado de la cama. Sé que si entrase alguien en casa nunca me atrevería a usar un cuchillo para defenderme, pero en un momento dado sí le daría un botellazo en la cara o cabeza. Mona ríe pero sacamos la botella de la mochila y la dejamos en el asiento, entre las dos, por si acaso. Nos prometemos no dormirnos, no importa cuán tarde o cansadas estamos, tenemos que mantenernos despiertas. Y cuando ya pasa de media hora el viaje empiezo a relajarme, este señor no nos va a llevar al fin del mundo para luego violarnos, matarnos y descuartizarnos, ya lo habría hecho. El cielo está estrellado y Mona y yo no hemos visto tantas estrellas en meses. El conductor nos oye y se une a la conversación sobre la claridad del cielo en el desierto. Su voz es dulce. Luego empieza a contarnos cosas del desierto, de las zonas por las que pasamos, un poco tipo guía. El conductor y yo vemos un zorro cruzando la carretera, Mona no lo ve pero él promete que veremos más, y así es. El viaje empieza a animarse y las dos horas y media siguientes pasan más rápido. El conductor nos cuenta que su hijo estudia hostelería en Petra y que espera poder pasar la noche con él para no tener que conducir de vuelta a estas horas. Llegamos por fin a Petra y el conductor insiste en acompañarnos a la recepción, dice que no quiere dejarnos en la calle a estas horas. Al final es verdad que es un buenazo y de confianza y casi me siento mal por no haber confiado, pero creo que hemos hecho lo correcto. Son las 3 de la mañana y salimos de la oficina a las 15:30. Estamos agotadas y sólo queremos meternos en la cama, pero nos espera una sorpresa más. El hotel nos ha dado una junior suite gratis, con una cama de matrimonio gigante.... ejem, somos dos mujeres, compañeras de trabajo, y queremos camas separadas. Insiste el recepcionista en que esta habitación es mejor. Insistimos en que confiamos en que lo es, pero no nos interesa. Parece molesto por tener que buscar otra habitación para nosotras a semejante hora de la noche, pero nos la consigue. Diez minutos después caemos rendidas cada una en nuestra cama, con una buena historia que contar. Afortunadamente ahora miro atrás y pienso en aquella vez que fuimos unas paranoicas y no pasó nada.

Dejo para mañana la visita a Petra.........

1 comentario:

Carlos Hernández dijo...

Con lo que tú has sido con los taxistas!!