miércoles, 20 de octubre de 2010

Palmira – la reina del desierto

En pleno desierto, rodeadas por un oasis de palmeras, se esconden las ruinas de Palmira. Una extensión de 50 hectáreas alberga cientos de columnas, un anfiteatro, el templo de Bel, torres funerarias y un largo etcétera.





Las primeras referencias a Palmira son del segundo milenio aC y la Biblia hebrea cita a esta ciudad creada por el Rey Salomón, hijo de David. Su privilegiada localización así como el citado oasis la conviertieron en ciudad de paso –y de peso- en la Ruta de la Seda, entre china y el mediterráneo.





Pero fue en el IIIer siglo de nuestra era cuando Palmira alcanzó su máximo esplendor, bajo la tutela de la reina Zenobia. Según cuenta la Historia, Zenobia era descendiente de Cleopatra pero aún más bella, más inteligente y si cabe más ambiciosa. Su reinado fue breve pero intenso. En sólo seis años expandió la ciudad, cosntruyó en ella templos, erigió estatuas y conquistó territorios hasta llegar al oeste de Egipto. Se enfrentó con éxito al Imperio Romano, aunque este hito también marcó su final. Los romanos no se resignaron y el castigo fue duro. Zenobia acabó siendo prisionera y exhibida en Roma con enormes cadenas de oro atando su cuerpo.





Zenobia hizo de Palmira un imperio rico y desarrollado, con su propia lengua y arte. La piedra caliza y dorada de las montañas que la rodean son símbolo de aquel imperio, del que hoy quedan unas ruinas alucinantes. Una columnata de un kilómetro de largo se mezcla con la arena y los colores del desierto mientras que el anfiteatro, recién restaurado, nos traslada a un mundo muy distinto al nuestro.





Visitar Palmira es un viaje al pasado, a ese en el que se mezclaron diferentes culturas heredadas de los pueblos que la ocuparon, porque después de los romanos llegaron los árabes ya en el siglo VII y el imperio Otomano, con el cual decayó por completo su importancia.





Un buen ejemplo de la mezcla de culturas es el templo de Bel. Su patio mide 210 por 205 metros y está también repleto de columnas y pese a que está medio destruido aún refleja lo que debió de ser durante su apogeo. Este templo fue en un principio lugar de sacrificio en honor al dios Bel (el equivalente a Zeus), después una iglesia en la época bizantina, una fortaleza con los árabes y una mezquita con los mamelucos. Pero su esplendor se acabó en el siglo XV, cuando un saqueo lo destruyó junto al resto de la ciudad. No fue hasta el s.XVII cuando fue redescubierta por exploradores extremadamente valientes (el viaje desde Aleppo o Damasco en aquella época era peligroso y muy largo, unos 4 días a través del desierto) y hasta el XIX no se interesaron los arqueólogos, que a día de hoy siguen trabajando en la zona.





En la distancia, casi camufladas en los colores del desierto, se erigen enormes torres funerarias que pertenecieron a las familias nobles de Palmira. Es el valle de las tumbas.




Pero la extensión de las ruinas es de tal magnitud que sólo puede apreciarse y contemplarse como merece desde el Qalaat Ibn Maan, una fortaleza árabe del siglo XVI construida en lo alto de una montaña cercana. Fue construida por un príncipe libanés que intentó conquistar el desierto de Palmira sin mucho éxito, pero nos dejó como legado este increible mirador desde el que admitar la que hace siglos fue una de las ciudades más gloriosas de la región.




*Fotos tomadas por la elfa

2 comentarios:

Leiritas dijo...

Helen!!! Menuda lección de historia, sí señor!!! :) Me ha encantado leerlo... :) Y verte en alguna fotillo, aunque sea de lejos... Qué poquito te queda para venir a casa como el turrón!!! :) Un beso muy grande!

Anónimo dijo...

Precioso reportaje sobre una bellísima ciudad que desgraciadamente está a punto de desaparecer.
Enhorabuena Elfa por haber podido visitarla y compartir con nosotros sus bellezas.