El monasterio de Deir Mar Mussa está a unos 80 kilómetros de Damasco, un tercio de ellos a través del desierto. El panorama es espectacular. El desierto nunca decepciona, porque es constante en una sola cosa: su transformación. Jamás es el mismo de un día para otro.
Cuando te acercas al lugar en el que, literalmente, se esconde el monasterio, sólo ves una montaña de color anaranjado. Después de bordearla te das cuenta de que en la cara opuesta de la montaña, en lo alto, se encuentran un par de diminutos edificios. Son el monasterio, que no se puede visitar porque en él aún viven monjes, y la capilla.
Para llegar a ellos primero hay que subir unos 344 peldaños tallados en la misma falda de la montaña. En un día caluroso como cuando yo lo visité, unos 45C, la subida se hace de lo más difícil, pero opté por pensar que en pleno invierno y con nieve el recorrido debe de ser todavía más cruel.
Toda la zona estaba habitada ya en la prehistoria por cazadores y pastores. Ermitaños cristianos usaban las grotas de los alrededores para su meditación y fue así, de manera informal, como se creó el primer centro monástico.
De hecho, cuenta la leyenda que San Moisés, el fundador de este lugar, era el hijo de un rey etíope que no quiso ser heredero de la corona ni de los privilegios, honores y obligaciones que ello conllevaba. En su lugar optó por dedicar su vida a Dios. Viajó a Egipto, de ahí a Tierra Santa, y finalmente acabó en Siria, siendo un ermitaño en el valle en el que hoy está Deir Mar Mussa (literalmente se traduce como el monsasterio de San Moisés).
En 1058 se construyó la diminuta iglesa, de 10x10 metros, que alberga alucinantes frescos de los siglos XI y XII. Más tarde llegaría el monasterio.
Aunque en el siglo XIX el complejo fue abandonado, afortunadamente se decidió por un lado restaurarlo, y por otro volver a utilizarlo. A día de hoy no es realmente un lugar turístico sino un lugar para el culto religioso.
En la iglesia sigue habiendo misas diarias. No obstante, el lugar puede ser visitado por seguidores de otras religiones, y de hecho el “centro” promueve y fomenta las relaciones entre cristianos y musulmanes.
Es cierto que llegar hasta lo alto de la montaña es toda una odisea, pero las vistas desde la terracita junto a la iglesia y los frescos que hay en ésta son suficiente recompensa para quien osa hacer el esfuerzo de trepar hasta lo alto.
Si te animas, ¡suerte!
* Todas las fotos han sido tomadas por laelfa