jueves, 10 de diciembre de 2009

Mi abuelo honorifico

Tenía un buen post en mente el otro día, sobre lo irónica que es la vida y esas cosas. Pensaba compartir con vosotros que el abuelo de Mr. A me ha contado mil historias de la II Guerra Mundial, en la que él luchó. Estuvo en el D Day, el desembarco de Normandía, del que se han cumplido 65 años hace unos meses. Y la ironía era que de mis abuelos, todos europeos, ninguno luchó en la II Guerra Mundial, y él, americano, sí lo hizo.

Mi abuelo paterno salia de la guerra civil y por supuesto no estaban las cosas como para irse a luchar en otra, no obstante siempre nos contaba historias de la Guerra que sí vivió en primera persona. Mi abuelo materno vivía en Orán, entonces colonia francesa, y eran pocos los que teniendo familia y dinero se decidían a ir al viejo continente a defender intereses que les quedaban algo lejos. Sin embargo él también vivió otra guerra, la de Independencia de Argelia, de la cual nunca se hablaba en casa, como si nunca hubiese tenido lugar.

Por último estaba mi abuelo honorifico, como nos gustaba llamarle. Él era demasiado joven para luchar cuando llegaron las guerras, la civil y la II Mundial, aunque en la postguerra sé que viajaba a Portugal a veces y traía café y clavos de contrabando para la familia.

Como decía, lo irónico de todo esto es que el abuelo de Mr. A sí luchó en la II Guerra Mundial y aunque al parecer antes no le gustaba hablar de ella, conmigo ha compartido muchos recuerdos, incluso fotos y cartas, pero eso queda para otro post porque este ya no va sobre abuelos y guerras, sino sobre mi abuelo honorífico






He tardado más de una semana en reunir el valor suficiente para escribir al respecto, pero no sé si estoy preparada. Sé que la gente se hace mayor y llega un punto en el que nos dejan. Sé que él tuvo una vida no muy fácil, pero supo sacar provecho de ella, tuvo una familia casi perfecta, 2 hijos 2 hijas 6 carreras, tres nietos, un perro llamado Doc. Tal vez su casa no fuese una mansion, pero era una de esas en las que uno se siente como en casa, a gusto, querido.

Pasábamos todos los fines de semana juntos como ya contaba aquí hace unos meses, paseábamos, recogíamos piñas, jugábamos, nos leía libros y nos daba chocolate a escondidas. Pero el otro día de pronto empezo a sentirse mal y unas horas después, con una hija a un lado y un hijo al otro, se fue. La tristeza me llena de arriba a abajo, hasta tal punto que a ratos la siento escaparse por mis ojos, por las orejas, por los poros de mi piel. Tenía pensado ir a visitarle antes de mi viaje pero decidí dejarlo para la vuelta. Demasiado tarde, no he llegado a tiempo para volver a verle. Por un lado sé que debo sentirme en paz porque no ha sufrido, ha sido rápido, y pasaba ya los 80. Por otro, ¿acaso no podía haberse quedado aquí para siempre?

Como despedida comparto algunos recuerdos.

Él era nuestro abuelo honorífico, nosotras le adoptamos como tal, y él no hizo más que aceptar con gran alegría la responsabilidad que aquello suponía: darnos amor y cariño, convertirnos en mejores personas, entretenernos los fines de semana y, de vez en cuando, levantar algún que otro castigo impuesto por papá.

Nuestro Papie, el de Francia, murió cuando éramos muy pequeñas, y uno de sus mejores legados fue sin duda la casa de Cercedilla. Allí, precisamente, tomó el relevo él. Nos llevaba a pasear por los prados, a dar de comer a los caballos, y decirle piropos a aquel burrito que vivía solo en una parcela abandonada.

Con él aprendimos la bondad y la generosidad. Nos enseñó a ser buenas y a querer a todos sin discriminacón, ya fuese a los bonitos caballos, o a los burros solitarios.

Con él también aprendimos a amar y respetar la naturaleza, y cuando el tiempo lo permitía nos llevaba a limpiar el río.

Parecéis sorprendidos... vosotros a caso no limpiabais el río de niños? Claro, es que vosotros no tenías un abuelo tan chuli como el nuestro. Con él todo era divertido, desde las limpiezas de río a los martirios chinos. Parecéis sorprendidos de nuevo... de verdad no sabéis qué es un martirio chino? Si él estuviese aquí os lo enseñábamos en un segundo… los martirios chinos eran sesiones de cosquillas que no acababan hasta que llorases de la risa. Él era un maestro.

Pero lo que de verdad le hacía especial, único, es que se hacía querer por todos. Niños y adultos. Y eso sólo lo consigue quien tiene el alma pura, como Fernando.

En definitiva, y en palabras de mis hermanas, él nos enseñó a ser ecologistas, ¡con lo de moda que está hoy!; a tener ilusión, aunque fuese la ilusión de encontrar una moneda debajo de una piedra, que él había colocado antes; a compratir -¡las onzas de chocolate que le robábamos con su permiso a Maru de la despensa!; a cuidarde nuestra relación de pareja día a día, como siempre han hecho Maru y él: con paciencia, compresión y diálogo.

Pero sobre todo nos enseñó a ser buenas y generosas, a ayudar por el mero hecho de sentir la alegría del otro, a querer a los demás y a perdonar.

Él es, cada dia, mi ejemplo a seguir.


** Aprovecho para mandar un beso fuerte a todos aquellos que habéis perdido a alguien querido este año, que afortunadamente ya acaba **


2 comentarios:

El Guillotinador dijo...

Pocas palabras ante un texto tan bello y emotivo. Mi más sincero pésame.
Un abrazo enorme Elfa.

la elfa dijo...

Gracias Losbutilio =)