Llueve. No, diluvia. No he visto llover con tanta fuerza, tanta pasión, desde Filipinas y entonces eran tifones.
Llueve. No, diluvia. Parece una bendición de los dioses, o de Ala, quién sabe. Llueve de una forma distinta, el sol tímido aún consigue asomarse entre las nubes que no cubren por completo el cielo. Los rayos son rápidos como... Bueno... Como el mismísimo rayo, y los truenos son ensordecedores, me vibran las entrañas y es una sensación casi divertida, un cosquilleo interesante.
Llueve. No, diluvia. La gente está feliz, o al menos los extranjeros, pero no alcanzo a ver a ningún emiratí. Todos reímos, parece contagioso. Uno comenta que le gusta la lluvia, y reímos todos, aunque no nos conocemos. Me rodea un grupo interesante: un pakistaní, un cingalés (juro que es el gentilicio para los habitantes de Sri Lanka!), un indio y un libanés. A todos nos recuerda a casa, porque hace frío y llueve y nos recuerda que las 4 estaciones existen, y simplemente parece invierno.
Llueve. No, diluvia. El aire, que no llega a ser viento, hace que llueva en paralelo al suelo y quienes llevan paraguas ya no saben si ponerlo encima de sus cabezas o frente a sus cuerpos, a modo de escudo. La mayoría se da cuenta de lo ridículo de la situación y ríe, mientras cierra sus paraguas.
Llueve. No, diluvia. Y debe de ser agua bendita porque de repente parece no haber barreras sociales, culturales, raciales o intelectuales. Parece como si fuésemos de nuevo todos ninos, en el patio del colegio, jugando bajo la lluvia y saltando en los charcos.
Llueve. No, diluvia. Y me gusta. Me recuerda a casa. Me recuerda a Nay, aquel día en que llovía como hoy pero en la Berzosa, y también reímos y saltamos en los charcos. Me recuerda a Sophie y a Mini porque hace años en Francia llovía como ahora pero con maldad y decidimos compartir cama mientras nos preguntábamos si sería el fin del mundo. Me recuerda a Adam porque otra tormenta con maldad nos pilló en una cabañita de madera en una isla de Filipinas, y mientras yo rezaba para que los miles de litros de agua no derribasen la cabaña, Adam dormía plácidamente. Me recuerda a Leti y a Loren porque si lloviese en Madrid hoy así se les caería el techo encima. Me recuerda a Jota porque hace poco llovió con tanta rabia en su barrio que el diluvio destrozó coches sin piedad.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Llueve en el desierto
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1 comentario:
Sí, yo también recuerdo el día ése saliendo de la uni cuando llueve a cántaros. Me acuerdo de tu carpeta negra y de la mía verde tapándonos la cabeza.
Un beso!
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