Ok lo admito. Tal vez mi
vida no sea tan dura. Viajo mucho más de lo que me gustaría, vengo una semana
al mes a Estambul donde suelo pasar 12 horas al día en la oficina, para después
seguir con emails en el hotel. Prácticamente nunca me da tiempo a ir a correr
al gimnasio porque suele estar ya cerrado y las calles de esta ciudad que adoro
no son propicias para la carrera. He probado prácticamente todo el menú del (carísimo)
room service. Pero lo cierto es que me castigo a mi misma porque no sé o
no quiero ponerme límites. Porque si algo tiene que estar hecho, lo hago en
cuanto puedo, y no mañana.
Hoy me despierto y desayuno en el Ritz, me dan la bienvenida como si fuese de la familia, me siento al sol con vistas al Bósforo y me sirven el café exactamente como yo lo tomo (expreso solo, doble, con un vaso de hielo al lado, y dos sobrecitos de azúcar moreno), sin tener que decir ni una palabra. No me gusta hablar por las mañanas, así que agradezco infinitamente que me lean la mente.
De fondo suena un piano, en vivo y en directo. Sus notas me mecen, al sol, con vistas al Bósforo. Y hoy, aquí y ahora soy extremadamente feliz. En 10 minutos cuando me suba a un taxi y empiece el día ya no me acordaré. Pero gracias a Dios todos los días van seguidos de otro y mañana volveré a amanecer y volveré a sentarme en esta ya mi mesa, con vistas, al sol, y con un piano meciéndome. Feliz.