Sheikh Zayed Road - Dubai 1990
El mismo sitio de Sheikh Zayed Road - Dubai 2003
Y de nuevo Sheikh Zayed Road - Dubai 2007
una ventana con vistas
Es cierto que la mayoría de los que fueron mis amigos ya no están en mi vida, tal vez porque yo no supe estar en las suyas. La amistad es cosa de dos, cuando uno lo hace todo, se acaba quemando. Pero los que sí están, quienes sí estáis, quiero que sigáis. Me da vida pensar en vosotros, y hacer planes imaginarios para el fin de semana, aunque sé que el fin de semana no llegará hasta agosto o septiembre, cuando vuelva a estar en casa. Y cuando hago esos planes, echo de menos los reales.
Echo de menos sentarme en el césped del parque del oeste, de noche, mi coche y tu coche cerquita, y charlar, callar, soñar, divagar, disfrutar simplemente de tenerte a mi lado, para lo bueno y para lo malo. Echo de menos que me digas que soy mágica, porque cuando estoy contigo así lo siento. Echo de menos ver los Madrid-Barcelona juntos. Un par de años no te tuve y cuando volviste a mi vida supe que esta vez te quedabas. Echo de menos tus abrazos.
Echo de menos esa casita con dos gatos y vistas. Los enfados que me duran cinco minutos porque una vez más me toca conducir hasta el centro, buscar aparcamiento, conducir de vuelta por la noche…. Porque a veces creo que es porque no tienes coche, porque vives en la línea gris y como muchos otros te parece que todo lo que está fuera está demasiado lejos. Y después me doy cuenta de que tienes razón, qué hacemos si vienes tú a mi zona, sentarnos en mi casa? Echo de menos ese amargo sentimiento cada vez que entro en tu casa y veo que ha pasado un año más y mi lámina de Klimt sigue sin estar ahí, pero está el cuadro de chocolate. Echo de menos las cartas, los diccionarios en la mesa que nos explican la diferencia entre un puente y un viaducto cuando nos da por preguntárnoslo. Echo de menos tu cocina pequeñita y tu casita tan limpia y siempre acogedora.
Echo de menos a esa amiga que se convirtió de la noche a la mañana en la amiga de Sophie, para después pasar a ser nuestra amiga. Echo de menos tu manía por la uñas cortas (porque si no te dan grima), tu piel blanca y manos temblorosas. Echo de menos descolgar el teléfono y oír tu voz, o llamar a tu casa –ese número con tantos 4- y hablar con tu mami unos minutos.
Echo de menos a quien fue mi mejor amiga, con quien compartí todos esos años de cole, de uniforme -falda corta, jersey rojo-. Las miles de horas de ruta, los amores de quinceañeras, los cabreos con nuestros padres, el parque, tu familia, el suelo de mármol, la casa que debería estar en la playa y no en Madrid. Los gatos. Los mil y un gatos. Tu abuela Pilar.
Echo de menos a la niña más buena que conozco, la mejor amiga del mundo, aunque nunca hemos hecho mil planes juntas, nunca hemos ido de compras, nunca salimos a cenar solas, ni nos llamamos todos los días. Echo de menos compartir bus a las 7 de la mañana hasta Princesa, tanto como echo de menos a tu papi en el Punto preguntándome por mis notas! Echo de menos las visitas después de misa, simplemente porque sí, porque me quieres y yo te quiero.
Echo de menos a esa linda andaluza que me dio vida en Pensilvania. Echo de menos nuestros viajes por el país: Chicago, Nueva York, DC, Puerto Rico... Echo de menos nuestras teorías sobre las calorías, las promesas que nos hacíamos sobre el gimnasio, comer menos, beber menos…. Echo de menos lo fácil que era la vida entonces, y lo difícil que la veíamos. Echo de menos que ella estuviese siempre ahí para mi y yo para ella, pero no porque ya no lo estamos, sino porque ahora ya no lo necesitamos de esa forma. Echo de menos su risa y sus ojos brillantes.
Echo de menos a mis primos, que son los mejores. Echo de menos pasar a la casa de al lado -“mamá me voy al lado, vuelvo en un rato”- y dejar que el tiempo vuele, hablando de nada y de todo. Echo de menos soñar en voz alta con mis primos, hacer planes imposibles. Echo de menos imaginar una urbanización en la que sólo viviríamos nosotros. Echo de menos pensar “por qué no nos vamos a Sela ahora?”, e ir! Echo de menos reírme con ellos.
Echo de menos a mis hermanas, porque ellas me dan la vida. Echo de menos hacer las paces con una sonrisa (pero NO echo de menos pelear). Echo de menos mi pisito favorito de Madrid, con esa terraza grande, plantitas, un gato de vez en cuando, rodeada de tejaditos, la habitación arriba. Echo de menos a ese rubito que no me robó a mi hermana, sino que se convirtió en un hermano. Echo de menos a quien consiguió que mi hermana se centrase y descubriese lo que le gusta y le interesa, para llegar a hacerlo y disfrutarlo, con él siempre a su lado apoyándola. Echo de menos dormir con ellas, y pasar horas charlando cuando deberíamos estar durmiendo. Echo de menos la tercera cama que mamá quitó hace años porque dos ya no estamos mucho por ahí. Echo de menos saber que pase lo que pase, siempre estaremos las unas para las otras.
Echo de menos a Vodka, y a todos aquellos que saben quién es. Echo de menos a muchos, pero esos quedan para otro día. Hoy quienes contáis sois vosotros.
Yo soy de las que duerme con la PDA debajo de la almohada conectada al wireless por si llega algún email en mitad de la noche (como Madonna). Creo que todos sabemos que leer emails en mitad de la noche no es vital para mí ni personal ni profesionalmente. Sin embargo, estoy tan enganchada que no me planteo si quiera desconectar cuando duermo –ni el teléfono ni internet-. El pobre que comparte cama conmigo no lo entiende. No entiende por qué según entramos en un edificio, ya sea una oficina, un restaurante o un aeropuerto, lo primero que hago es ver si hay un wireless al que engancharme, no entiende por qué necesito chequear mi email en los atascos...
Y aunque reconozco que esta adicción es un poco extrema, es cierto que cuando miro a mi alrededor sólo veo a gente enganchada a sus gadgets, ya sea la PDA, el ipod, el móvil...
Así que me he puesto a pensar… cuánto tardaría en darme cuenta de que Internet ha desaparecido? Un día normal lo primero que hago es abrir la bandeja de entrada de mis dos cuentas de email principales, al de trabajo y la personal, al mismo tiempo leo el periódico en versión digital (la excusa es que al estar lejos de casa me es difícil encontrar la prensa que me interesa en papel. Pero aún cuando estoy en Madrid le echo un vistazo a la versión impresa, y el resto del día dependo de Internet.). Ok, aquí me doy cuenta de que algo no funciona, y sin duda pienso que es mi ordenador. Reinicio. Nada. Culpo al router. Lo reinicio. Nada. Será el proveedor de la conexión? Sí, seguro que es eso.
No hay problema, para eso tengo una PDA con conexión inalámbrica y GPRS. Tampoco funciona. Aquí ya la historia empieza a estresarme. Trabajar sin Internet es difícil, no hay emails, olvídate de buscar información sobre empresas, entrevistados, noticias del día… habrá que volver a consultar hemerotecas, bibliotecas, fichar a un periodista local? Uf…. Me da miedo pensarlo.
Pero cómo afectaría a mi vida personal? Cómo me comunicaría con amigos y familia? Ni email, ni Messenger, ni Skype… nada! El teléfono es una opción claro, pero qué caras son las llamadas internacionales, y eso si tengo los números…. Cómo mantener el contacto con aquellos que están muy lejos y de quienes no tengo ni tan siquiera el número?
Si mañana desaparece Internet, juro volver a meterme en la cama y no levantarme hasta que lo reinventen. Me dará miedo enfrentarme a una nueva vida, que en realidad sería como volver atrás 10 años, simplemente 10 años… y ya no sabemos vivir sin Internet.
Bendito Internet.
Todos acabamos matando tiempo mientras estamos en la oficina.... así que aquí está mi favorito (va por ti mon père)
Hace tanto que no escribo que no sé si me acuerdo de cómo hacerlo... tantas excusas para no escribir, tan fácil dejarlo para más tarde, para mañana, para el fin de semana. Y han pasado seis meses. Mi teclado no tiene eñe ni acentos, así que escribir puede convertirse en un martirio, esa es una de las excusas….
Han pasado seis meses, y la última vez escribía desde Indonesia, recién llegada de un viaje por Zambia, Botsuana y Zimbabue, sí Zimbabue! La situación era terrible, recuerdo la frontera con Zambia porque estaba totalmente saturada por familias enteras intentando escapar de una realidad insostenible.
Hoy escribo desde mi pisito en La Marina de Dubai. Veo el mar por la ventana! Yo, madrileña de pura cepa, siempre he adorado el mar, y su sonido. Incluso en Virginia conseguí tener el mar fuera de mi ventana. Convencí a Adam para que se bajase de internet –de manera ilegal por supuesto- una grabación del sonido de la olas, y los fines de semana cuando nos despertábamos poníamos la grabación en “repeat”, abríamos una ventana y dejábamos que el sol nos acariciase mientras disfrutábamos de la brisa marina. Es increíble lo que la imaginación puede hacer por nosotros.
Es curioso, he pasado el último año y medio viviendo en islas, primero Filipinas tres meses, después Indonesia 10 meses, y sin embargo nunca he tenido el mar, o el océano, cerca de mi casa. De hecho en Manila y en Yakarta no hay playa. Y ahora, aquí estoy, en Dubai. Rodeada por desierto y mar. Bueno, y miles de rascacielos. Pero veo el mar! Para ir a la playa sólo tengo que cruzar la calle y aunque de fondo también veo cientos de grúas, si cierro los ojos y me concentro, me parece que vuelvo a estar en una islita virgen en Palawan, Filipinas.