martes, 17 de enero de 2012

American Horror Story

El otro día en Londres me sentí como un personaje de American Horror Story. Empezó todo en el avión con la friki asiática sentada a mi lado, joven y rechoncha, que se pasó medio vuelo, más de dos horas, mirándome. Mirándome descaradamente. Estaba a 20 centímetros de mí, no había duda. Casi le suelto una bordería pero pensé que era mejor ser una señora e ignorarla.

En el metro camino al hotel vi lo más perturbador que me he encontrado en la vida. Juro que es cierto. Siamesas, si es que así se llama a una chica con dos cabezas. No me lo imaginé, era cierto. Una chica de unos diecisiete años con dos cabezas, las dos rubias, muy parecidas, hablando la una con la otra. Sólo había un cuerpo y vi como se hablaban y reían. Aún ahora cierro los ojos y las veo. Terrible.

El camino del metro al hotel, por la noche, parecía desolador, ni un alma. En recepción más de lo mismo, o más bien la misma ausencia, nadie. Por fin apareció un hombrecillo que muy amablemente me dio la llave de mi habitación. Una vez en ella sonó el timbre, abrí la puerta y … nadie. Se habrían equivocado. A los 10 minutos lo mismo: timbrazo, nadie. Y así hasta cinco veces en una hora. Terminé por entender que debía de ser un cortocircuito y bajé a pedir otra habitación. El mismo hombrecillo me miró como si la perturbada fuese yo, pero cedió a mi petición. En la nueva habitación todas las luces estaban encendidas y había música. Además, alguien había dejado una tarjeta de esas que abren las puertas de las habitaciones de hotel hoy en día puesta en la hendidura típica también de hoteles para meter la tarjeta y tener electricidad.

O yo soy muy lista o era muy obvio que era una llave maestra, supongo que de la señora de la limpieza. Probé y efectivamente, esta llave abrió dos puertas de habitación distintas. Podía habérmela quedado y tal vez hacerme rica robando a otros huéspedes, claro que no lo hice. La devolví y me instalé en mi nueva habitación. La TV me dio la bienvenida como Peter Tosh, mira tú. Y de pronto me di cuenta de que la habitación no tenía ventana, ni una. El baño tampoco. Nunca he estado en un hotel sin ventana. La sensación es agobiante y extraña, casi como en un psiquiátrico. Me parece inquietante que me recuerde a un psiquiátrico, cuando evidentemente nunca he visto uno más que en televisión.

A media noche me desperté con un calor agobiante y empecé a pensar que al no tener ventana tal vez faltaba aire en la habitación. ¿Y si moría asfixiada? Paranoias del cansancio, quise creer. Cuando intentaba volver a dormirme me percaté de un ruidito, un chirrido constante pero no regular. ¿Alguien echaba un polvo? …. Sí. Pronto tuve el honor de compartir, en estéreo, el placer ajeno. Unos gemidos altos y claros invadieron mi habitación como si la pareja en pleno éxtasis compartiese cama conmigo. Lejos de parecerme divertido pensé que era desagradable y perturbador, como el resto de vivencias en las últimas horas.

Y después ya no sé si soñaba, deliraba por el calor, o era real, pero varias veces me pareció oír como alguien introducía una de esas tarjetas en mi puerta e intentaba abrirla en plena noche. Afortunadamente estaba cerrada con cerrojo. Pero, y si era ¿Peter Tosh o la señora de la limpieza que venía a recuperar su tarjeta y apagar música y luces?

  
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domingo, 8 de enero de 2012

Perdida y encontrada

Borracha en jetlag tras viajar de un lado del Atlántico al otro y de una costa de Eeuu a la otra, y vuelta a cruzar Eeuu y el Atlántico para pasar Noche Vieja en España, sintiéndome precisamente como una vieja, todo esto en sólo 10 días, me toca ponerme a currar, y viajar de nuevo a ese país que une Oriente con Occidente, Europa con Asia. 

Las Navidades han pasado volando, en este caso nunca mejor dicho, y tras 10 días siguiendo el ritmo del cuerpo sin que día/noche o sol/luna marcasen mis horarios, me ha tocado levantarme a las 7 de la mañana, 6 en España, las 21h en San Francisco.

Debe de ser normal sentirme perdida tanto en el tiempo como en el espacio. Mi cuerpo empieza a no responder a los comandos de mi cerebro, o a lo mejor es que la resaca empieza a afectar a este y ya no sabe dar órdenes.

Al llegar al hotel en el “Cuerno de oro” en Estambul era de noche, por la mañana hay una niebla tan intensa que parece que el tiempo también se ha aliado en mi contra. No veo absolutamente nada por la ventana, como si no estuviese lo suficientemente perdida de por sí.

De camino a la oficina en taxi me encuentro con un atasco monumental, de los que Estambul te regala cuando menos lo esperas y menos te conviene. Y entonces, de pronto, como por arte de magia, el taxista enciende la radio y suena Jack Johnson.  Y entonces, de pronto, como por arte de magia, me encuentro a mí misma, me siento bien y feliz, rejuvenecida. No conozco la canción que suena pero me hago con la melodía rápidamente y en un minuto ya estoy tarareando. Si la canción hubiese sido “better together” o “banana pancakes” no me habrías creído, así que es mejor así. 

  
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