sábado, 23 de octubre de 2010

Bosra, el sueño de cualquier artista

Viajar en Siria es como asistir a una clase maestra de Historia y de Arte. A veces pienso en mis profes de esas dos asignaturas del cole, seguro que ellos no han tenido la oportunidad de pasar aquí 5 o 6 meses como yo, y se morirían de envidia si lo supieran.

Esta semana ha tocado el capítulo Bosra, una ciudad 150 kilómetros al sur de Damasco, casi en la frontera con Jordania. Y fue precisamente la construcción de una carretera que unía Damasco con Amman allá por el s.I dC la que hizo de Bosra una ciudad clave en la región. Pero no podemos olvidar que hay documentos que certifican la existencia de esta ciudad por lo menos desde el siglo XIV aC (sí, sí, antes de Cristo).



Como decía, Bosra fue un punto importante en el mapa de la región y por ella pasaban las caravanas que iban a las ciudades Santas musulmanas (Meca y Medina) y también las caravanas de comerciantes. Su localización geográfica es perfecta, pero también la fertilidad de las tierras que la rodean. A diferencia de Palmira, la carretera a Bosra es algo más verde y en la cuneta hay múltiples puestecillos que venden verdura recolectada, seguramente, esa misma mañana en los infinitos campos que hay detrás.

Otra diferencia con Palmira es que lo que queda de Bosra es de un color mucho más oscuro, casi negro, porque se utilizó el basalto para su construcción. Los romanos la diseñaron siguiendo su modelo tradicional, la cuadrícula, y construyeron un anfiteatro espectacular del que hablaré más adelante porque es sin duda la joya de Bosra.




Como Siria es también una alucinante clase de Religión, ayer aprendí en mi viaje que el Profeta musulmán Mohamed pasó por aquí cuando tenía 12 años con su tío comerciante y cuenta la Historia que fue precisamente en Bosra donde un cura local, Bahira, durante una conversación sobre teología le desveló su futura vocación de Profeta. Bosra acoge hoy una de las más antiguas mezquitas del mundo, donde se arrodilló el camello del Profeta.



Pero Bosra también tiene las ruinas de la que fue la Catedral más grande de la región, construida en el siglo VI, obra maestra de la artuitectura Cristina ya que fue una de las primeras que combinó una base cuadrada con una bóveda redonda. Intentaron construirla varias veces, y varias veces fallaron, hasta que lo consiguieron. Hoy queda poco de este hito arquitectónico. Y es que por Bosra también han pasado numerosos pueblos, de los nabateos a los árabes, pasando por los romanos y la mismísima reina Zenobia.







Pero como decía antes, lo maravilloso de Bosra es su anfiteatro. Dicen quienes saben que es el mejor conservado del mundo. He de reconocer que tenía miedo de que este viaje me defraudase, a fin de cuentas como europea he visto multitud de ruinas romanas antes. Sin embargo, es increíble la sensación que sentí al asomarme al anfiteatro. Inmediatamente me trasladé en el tiempo al siglo II, cuando fue construido.




No sé cómo definir con palabras los sentimientos que me invadieron. De pronto me imaginé como parte del público disfrutando de un espectáculo, pero también como uno de los artistas en el escenario, o un coreógrafo en el backstage.





El lugar es inmenso. Cabían en la época 15,000 personas, en una ciudad en la que vivían unas 80,000. es decir, uno de cada 5 ciudadanos podía estar dentro como espectador ¡sin problema! Es como si en Madrid hubiese un estadio que pudiese acoger a un millón de espectadores. Alucinante.





Ojalá estas fotos pudiesen transmitiros la magnitud y la grandeza de este lugar, pero lo dudo.





Pasé más de una hora sentada en sus gradas simplemente observando el lugar, imaginando la sensación que debía provocar en su momento. Cuentan que la acústica es tan buena que podía oírse sin problema y desde cualquier rincón la voz de los artistas. También cuenta la leyenda que durante los espectáculos rociaban el lugar con agua aromatizada para hacer de la experiencia algo único, además de ayudar a soportar mejor las altas temperaturas del verano.






Y ahora que he visitado las ruinas de Palmira, el castillo Crac de los Caballeros, el monasterio de Deir Mar Mussa y Bosra se me hace difícil elegir mi lugar favorito en Siria...
  

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miércoles, 20 de octubre de 2010

Palmira – la reina del desierto

En pleno desierto, rodeadas por un oasis de palmeras, se esconden las ruinas de Palmira. Una extensión de 50 hectáreas alberga cientos de columnas, un anfiteatro, el templo de Bel, torres funerarias y un largo etcétera.





Las primeras referencias a Palmira son del segundo milenio aC y la Biblia hebrea cita a esta ciudad creada por el Rey Salomón, hijo de David. Su privilegiada localización así como el citado oasis la conviertieron en ciudad de paso –y de peso- en la Ruta de la Seda, entre china y el mediterráneo.





Pero fue en el IIIer siglo de nuestra era cuando Palmira alcanzó su máximo esplendor, bajo la tutela de la reina Zenobia. Según cuenta la Historia, Zenobia era descendiente de Cleopatra pero aún más bella, más inteligente y si cabe más ambiciosa. Su reinado fue breve pero intenso. En sólo seis años expandió la ciudad, cosntruyó en ella templos, erigió estatuas y conquistó territorios hasta llegar al oeste de Egipto. Se enfrentó con éxito al Imperio Romano, aunque este hito también marcó su final. Los romanos no se resignaron y el castigo fue duro. Zenobia acabó siendo prisionera y exhibida en Roma con enormes cadenas de oro atando su cuerpo.





Zenobia hizo de Palmira un imperio rico y desarrollado, con su propia lengua y arte. La piedra caliza y dorada de las montañas que la rodean son símbolo de aquel imperio, del que hoy quedan unas ruinas alucinantes. Una columnata de un kilómetro de largo se mezcla con la arena y los colores del desierto mientras que el anfiteatro, recién restaurado, nos traslada a un mundo muy distinto al nuestro.





Visitar Palmira es un viaje al pasado, a ese en el que se mezclaron diferentes culturas heredadas de los pueblos que la ocuparon, porque después de los romanos llegaron los árabes ya en el siglo VII y el imperio Otomano, con el cual decayó por completo su importancia.





Un buen ejemplo de la mezcla de culturas es el templo de Bel. Su patio mide 210 por 205 metros y está también repleto de columnas y pese a que está medio destruido aún refleja lo que debió de ser durante su apogeo. Este templo fue en un principio lugar de sacrificio en honor al dios Bel (el equivalente a Zeus), después una iglesia en la época bizantina, una fortaleza con los árabes y una mezquita con los mamelucos. Pero su esplendor se acabó en el siglo XV, cuando un saqueo lo destruyó junto al resto de la ciudad. No fue hasta el s.XVII cuando fue redescubierta por exploradores extremadamente valientes (el viaje desde Aleppo o Damasco en aquella época era peligroso y muy largo, unos 4 días a través del desierto) y hasta el XIX no se interesaron los arqueólogos, que a día de hoy siguen trabajando en la zona.





En la distancia, casi camufladas en los colores del desierto, se erigen enormes torres funerarias que pertenecieron a las familias nobles de Palmira. Es el valle de las tumbas.




Pero la extensión de las ruinas es de tal magnitud que sólo puede apreciarse y contemplarse como merece desde el Qalaat Ibn Maan, una fortaleza árabe del siglo XVI construida en lo alto de una montaña cercana. Fue construida por un príncipe libanés que intentó conquistar el desierto de Palmira sin mucho éxito, pero nos dejó como legado este increible mirador desde el que admitar la que hace siglos fue una de las ciudades más gloriosas de la región.




*Fotos tomadas por la elfa
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viernes, 8 de octubre de 2010

De viaje al infierno

Empiezo a plantearme seriamente abrir un nuevo blog en el que sólo se hable de malas experiencias en aeropuertos, aviones, viajes; malas experiencias con azafatas, seguridad, otros pasajeros etc. Creo que todos tenemos múltiples historias de este tipo que contar, casi todas tan negativas, y a eso voy, eso es lo que quiero, que compartamos esas historias maravillosas, aunque sólo lo sean por lo terribles que fueron en su momento y aún así sobrevivimos.

Hace poco conté aquí uno de mis últimos viajes y sus penurias y Carlos ha tenido el detalle de compartir una de sus más recientes anécdotas. Os cuento otra y si os animáis a dejar comentarios con vuestras experiencias tal vez consigamos reirnos juntos...

Cuando tenía 24 años en el aeropuerto de Washington DC se le metió entre ceja y ceja a un agente de inmigración que viajaba a su país para casarme de manera ilegal, así que me dio una carpeta enorme roja y me indicó que pasase a una oscura sala al fondo de un pasillo. Allí había gente de varias nacionalidades esperando, todos parecían cansados, irritados y algo desesperados. Supongo que yo también. Al rato vino otro agente y me metió en una sala pequeña, muy bien iluminada, en la que sólo había una mesa y dos sillas. Él se sentó en una, yo del otro lado de la mesa en la otra. Y allí se limitó poco más o menos que a preguntarme si venía a casarme y a insistir en que esa no era la manera de hacerlo, hay procedimientos para casarse legalmente. Llegó un punto en el que estaba tan molesta con él que se me ocurrió la brillante idea de preguntar ¿y cuál es la manera? Y eso sólo nos llevó a pasar horas, dos, tres, cuatro... en esa sala, con él preguntando una y otra vez lo mismo. Una y otra vez. Yo no iba a casarme y me irritaba la situación pero también tenía algo de miedo, ¿podrían de verdad deportarme así porque sí, simplemente porque a un paleto se le antojaba que quería quedarme en su país de manera ilegal? Y ahí seguíamos, cada uno a un lado de la mesa, él siendo un auténtico gilipollas y yo cada vez más frustrada, cansada, sedienta. Finalmente me dio un voto de confianza y me dijo que iban a abrir mis maletas, si encontraban un vestido de novia iría directamente a la cárcel, si no encontraban nada sospechoso podría salir del aeropuerto.

Como seguramente habréis adivinado no había vestido de novia en la maleta y por fin fui libre, pero no he vuelto a volar a ese aeropuerto.

¿Y a vosotros qué os ha pasado últimamente?

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